jueves, 4 de abril de 2013

VÍVELA COMO ES


EL PRIMERO DE UNA SERIE DE VÍDEOS QUE VENDRAN

Este primer vídeo es el primero de una serie de vídeos que estamos realizando para crear conciencia en la pesca deportiva con el Captura y Libera.

Este primer Episodio por así decirlo creemos que cumplió con su cometido, ya que ha recibido respuestas de todas índoles, ha creado polémicas, molestias en otro, inclusive amenazas para que fuera retirado.

Pero a la final esa era la idea que llegara a quien tenia que llegar.

Pronto vendrá la segunda parte de esta serie.


Daniel González

sábado, 2 de febrero de 2013

TESTAMENTO


REFLEXION

Buenasss

Buscando una información por la web me tope con un blog de un Señor llamado Enrique Luque, y vi un escrito que me llamo la atención que comparto con ustedes.

El placer de la pesca
Recientemente he redescubierto el placer de la pesca y me he sumergido por completo en el disfrute de esta actividad. Hacía, sin exagerar más de 20 años que no practicaba la pesca. La causa de mi regreso a este placer fue una oferta en los supermercados Lidl, consistía en una caña para pesca a mosca con funda, carrete, sedal y una caja de señuelos todo creo que por unos 15€ (por 8€ tienes lo mismo en Decathlon pero para otro tipo de pesca), no lo recuerdo bien. Recordé tiempos pasados y la compré para probar a ver si me seguía gustando y ya lo creo que me gustó, me ha enganchado pero bien. Me siento aun más en contacto con la naturaleza que cuando salgo al campo y me "pierdo" por bosques y sierras. Una de las cosas que más me gustan de la pesca es que, al contrario que con la caza, aquí podemos devolver la presa a su entorno sin daño alguno, salvo por la insignificante herida causada por el anzuelo.

Lamentablemente algunos prefieren llevarse su pesca a casa para la cena, la mayoría de estos "pescadores" son rumanos, en su país tienen gran tradición pesquera, pero no tienen conciencia ecológica y aquí hacen lo que les viene en gana. Muchos no tienen permiso de pesca y la Guardia Civil es inexistente. Me llamaréis racista, pero es la pura verdad y las cosas son así, muchos pescadores se vienen quejando de la dificultad para pescar algo en cualquiera de nuestros embalses o ríos debido a que esta gente ha arrasado con todas las especies y no respetan tallas mínimas. Además, todo aquel que se lleva las capturas a casa debería pensar seriamente lo que se está metiendo para el cuerpo tal y como están nuestros ríos en cuanto a contaminación se refiere. Si por el contrario, devolviéramos todo lo que pescamos no se alteraría el habitat natural y todos podríamos disfrutar de una pesca con capturas. Por favor practica la ¡CAPTURA Y SUELTA!

Si a esto le sumamos la sequía por la que atravesamos el resultado que estamos viendo es una reducción drástica de peces con consecuencias nefastas para el ecosistema y si esto continúa así, finalmente conseguiremos la ausencia total de pesca, destrucción de ecosistemas,...

Aprovechando mis ratos libres y aunque estas fechas no son favorables para la pesca, realizo bastantes salidas para pescar y buscar buenos lugares de pesca de cara a la primavera y el verano. Además, esta actividad encaja perfectamente con mi pasión por la naturaleza y mis salidas al campo para practicar senderismo. Las orillas de ríos y pantanos, salvo que estén muy afectados por la sequía, se encuentran llenos de vegetación y de vida y ofrecen un magnífico entorno para una jornada en el campo. Algunas de estas orillas se encuentran gravemente contaminadas por la cantidad de basuras que lanzamos, por favor, parece mentira la poca conciencia que tenemos aun al respecto.

Enrique Luque

CAPTURAR Y LIBERAR?

Para unos una moda, para otros algo ilógico. Pero a final de cuentas es la práctica que deberíamos adoptar todos los pescadores deportivos con el fin de preservar nuestra fauna íctica para el goce de las futuras generaciones.

Es un tema difícil de digerir y que atrae mucha polémica, pero lo importante es entender y hacer razonar que el no practicar el CAPTURA Y LIBERA trae consecuencias muy negativas no solo para la naturaleza también para los que tanto disfrutamos de este deporte.

En mis inicios en la pesca, hace aproximadamente 15 años, recuerdo que visitábamos muy seguido un conocido embalse en el país. Para aquellos tiempos la pesca era abundante y el mejor pescador era aquel que lograra llenar sus cavas con las capturas y vaya que se pescaba.

A lo largo de los años, a través de una evolución dentro de la pesca deportiva he comprendido el daño que causaba por desconocimiento. Hoy en día las consecuencias están a la vista, aun visito frecuentemente ese embalse y la merma en la pesca es notable, a tal magnitud que se puede pasar todo un día pescando sin tener al menos una captura. En esta situación se encuentran muchos embalses del país, además de algunos ríos.

He aquí un claro ejemplo de que la pesca sin devolución se debe parar y controlar. Más allá de leyes y controles es un tema de conciencia.

Cuando hablo de este tema entre amigos pescadores siempre salta la excusa: “Yo solo me como 2 pavones, con esto no hago daño”. A este tipo de argumento debemos aplicar la cuenta matemática que nos enseña el amigo Carlos Heinsohn en su libro “El Buen Pescador” el cual me ha servido como herramienta para hablar y razonar sobre el tema con mis compañeros.

Dice así:

“Si tu grupo es de 5 pescadores y todos se comen 2 pavones diarios, ya serían 10 pavones, van a pasar 5 días lo que la cuenta aumenta a 50 pavones, de los cuales seguramente la mitad son hembras con huevas y la otra mitad machos cuidando de alevines. Imagínense a cuanto se aumentaría el número de pavones que estamos acabando. Aunado a esto nuestro grupo no es el único que está pescando en ese sitio. Es uno de tantos.”

Entonces pregunto, estas seguro que comerse solo 2 pavones no hace daño?
Otro punto importante que contempla el CAPTURA Y LIBERA es el saber manipular nuestras capturas para que sufran el menor impacto posible y que nuestro objetivo final que es el soltar el pez se cumpla exitosamente.

Entendamos que la inversión que hacemos al salir de pesca la hacemos para nosotros mismos, para despejarnos, disfrutar y no para comer pescado, además dicha inversión de seguro será menor y más satisfactoria a la que podemos pagar al asistir a un psicólogo para ayudarnos a salir del estrés al cual nos lleva la dinámica de la ciudad.

Al que le gusta comer pavón hay sitios como “Las Clavellinas” en el estado Carabobo donde lo crían para la pesca y consumo en pequeñas lagunas tipo granja, es en estos sitios donde pueden consumir pavón.

El camino más corto y correcto para convertirnos en grandes pescadores deportivos es el CAPTURA Y LIBERA, así que no esperes más y comienza ese camino hacia el éxito.

Daniel González

UNA HISTORIA DE NAVIDAD

Una Historia de Navidad









Rafael E. Morillo
Diciembre 2011




Nota: Esta historia es ficción y producto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con personas, hechos y sitios de la vida real es enteramente fortuito y pura coincidencia.







Desde lo alto de la vieja escalera de madera, sentado sobre los peldaños pulidos por los pasos y el tiempo, miró una vez más hacia el árbol de navidad. Las luces multicolores y las bambalinas brillantes y variadas, arrojaban destellos que poblaban de multitud de puntos de luz el viejo recinto de doble altura que era el centro social de la casa. Al no atisbar nada debajo del frondoso pino fresco traído del Canadá y que el mismo había acompañado a su padre a comprar para adornar la navidad, sintió un profundo desasosiego y tristeza.
¿Será que en Niño Jesús no le traería sus regalos, cuidadosamente escogidos y escritos en su puño y letra en la carta que su abuelo había llevado al correo?

- “¡Hijo, sabes que no deberías estar dormido a esta hora!”

La voz de su padre en el umbral de puerta a la escalera lo tomó por sorpresa:

- “Si papá, pero es que no tengo sueño.”
- “Anda, regresa a tu cuarto a dormir. Ya sabes que de ti depende lo que pase esta noche.”

Sabia muy bien que no debía estar despierto y que había sido advertido por su padre que debía dormir bien y temprano para que su casa no fuera pasada por alto por el Niño Dios. Regresó a su habitación y debajo de su cobija cerró fuertemente los ojos intentando dormir. La emoción era demasiado y su pulso acelerado parecía dominar todo su ser. Al cabo de un rato, en la inmensa quietud de la noche, le pareció escuchar el familiar chirrido de la silla de ruedas del abuelo. El viejo acostumbraba visitar la cocina a cualquier hora de la noche para buscar agua que bebía de un antiguo vaso de plata que mantenía frio en la nevera. Uno idéntico, pero más pequeño, reposaba al lado. Se lo había regalado al nieto en ocasión de su sexto cumpleaños un año y medio atrás. Quizás la familiaridad del sonido o el saber que el abuelo parecía también estaba pendiente de la llegada del Niño Jesús le brindó tranquilidad y su inquieta mente recurrió, buscando refugio y seguridad, a los familiares cuentos y enseñanzas del abuelo hasta que el sueño finalmente lo venció.




La casa de la familia había sido construida por el abuelo con sus propias manos y diseño. Evocaba de una manera fiel pero nada ostentosa las mansiones del sur de los Estados Unidos. El abuelo había viajado a esas tierras lejanas por un grave problema de salud en busca de la experticia médica que le salvara la vida. El estallido de la guerra le sorprendió en esas andanzas impidiendo su retorno por unos cuantos años en los que se desempeño como ingeniero para el ferrocarril. Esto le brindó la oportunidad de viajar y conocer extensamente la tierra norteamericana, su geografía, su lenguaje y su cultura. Vivió en varios sitios pero particularmente recordaba con añoranza el tiempo vivido en Hoboken al otro lado de la bahía justo al sur de la ciudad de Nueva York a donde acudía a trabajar y visitar un amigo que mencionaba con cierta frecuencia y quien era un empresario de importancia en la ciudad. Fue durante esta época cuando descubrió su pasión por la pesca, frecuentando los más famosos ríos de las montañas Catskills al oeste de la metrópolis, cuna de la pesca con mosca el nuevo mundo. El ferrocarril en el que trabajaba estableció una línea del tren hacía esa zona que permitía a los pescadores de Nueva York salir de su trabajo temprano el día viernes y pescar en sus ríos favoritos esa misma tarde, pasando el fin se semana en los legendarios hoteles que se establecieron para ese propósito y que reunían a las más renombradas figuras de la pesca con mosca que dejaron, de la prolijidad de sus plumas, la más preciada literatura del deporte.

La casa era una extensa construcción de ladrillos de concreto que el abuelo construyo en moldes con el diseño típico de las viejas plantaciones de algodón del delta del Mississippi, contenía espacios de gran altura bordeados de altos ventanales de madera pulida que permitían el paso de la brisa y pisos de losa con distintos diseños y colores en cada habitación. Un amplio porche con grandes ventanales era uno de los lugares favoritos del nieto para jugar y soñar en los momentos de ocio. El segundo piso, elaborado todo en madera al estilo de Nueva Orleans, contaba de una gran habitación principal que ocuparon los abuelos y un cuarto o gran estudio que en el pasar del tiempo acumuló multitud de baúles y cofres en los que el abuelo guardaba sus cosas personales, los objetos recogidos en sus viajes y sus secretos. Cuando murió la abuela, y más luego, cuando la edad y la salud lo confinaron al reducido mundo de su silla de ruedas, el abuelo tuvo que limitarse a vivir en el primer piso y su hijo, esposa y nieto ocuparon el amplio dormitorio del segundo piso. El estudio permaneció cerrado y solo ocasionalmente, asistido por la tía que también vivía en la casa, el abuelo visitaba a puerta cerrada y por largos ratos, ese recinto de especial significado para él.




Carpintero de profesión, el abuelo era un maderero de corazón. Identificaba, seleccionaba, talaba y transportaba madera fina desde los bosques tropicales del sur del estado a la ciudad, con frecuencia participando personalmente en el traslado por vía lacustre de la madera en grandes balsas de trozas atadas y empujadas a mano hasta sus aserraderos en la ciudad a orillas del lago. Su fortuna, forjada con la labor sostenida de su esfuerzo personal, había desaparecido de la noche a la mañana cuando un incendio consumió la totalidad de sus instalaciones e inventarios de fina madera. Ese fue el comienzo de la perdida de su entusiasmo, su tenacidad y sus esperanzas. Por años su existencia se limitaba al viaje diario al mercado para charlar con sus amigos y regresar a la casa con algún encargo para el almuerzo. Si bien había perdido su interés por la vida, nunca perdió su dignidad. El abuelo era un hombre delgado, de porte elegante y nunca salía de la casa si no era con su traje gris de tres piezas y su inseparable leontina de oro que se perdía en el bolsillo de su chaqueta del cual extraía con puntual regularidad el reloj para chequear la hora. Más que para ver la hora, parecía un acto de reafirmación para asegurarse que el mundo todavía corría a tiempo, como sus trenes y seguía las reglas de la puntualidad y la eficiencia. Su cabello, siempre peinado, dejaba a su pasar el aroma al Tricófero de Barry con el que lo mantenía debidamente controlado debajo de su sombrero de fieltro gris que nunca faltaba. Más que para proteger su cabeza, era el elemento indispensable para saludar a cada persona que se cruzaba en su camino. Ese olor y el del linimento de árnica y eucalipto con que frotaba sus extremidades para aliviar el dolor que la artritis le causaba, era para los demás integrantes de la familia un recordatorio constante y reconfortante de su presencia como también lo era el olor de tabaco que fumaba para entretenerse.

Su gran evento social era la visita diaria de su amigo. Este, era un reconocido galeno de la región y a su vez, su médico de cabecera. Todas las tardes acostumbraba pasar por la casa a visitar, compartir un momento de tranquilidad y atender cualquier necesidad médica de la familia. Sentados en el amplio porche, disfrutaban el cafecito que les preparaba la tía y compartían un rato de intensa conversación mientras el galeno fumaba su habano y el abuelo su querida e inseparable pipa. Los tópicos eran variados pero inevitablemente gravitaban con seriedad e intensidad a la política. El abuelo había sido prisionero del régimen dictatorial y su amigo, fundador de un partido político que buscaba abrir con mucha dificultad y riesgo los espacios para la democracia.

Fue solo cuando nació su nieto y pocos años después la nieta, que la familia observó con admiración una leve pero cierta renovación de su entusiasmo por la vida. Desde ese momento, parecía haber adquirido un propósito o causa y el disfrute de su tiempo dedicado los chiquillos era evidente y parecía llenar espacios que el tiempo y las circunstancias habían dejado vacíos. Si bien el destino le había robado de su fuente de energía, parecía haber guardado reserva suficiente para la misión que se había trazado.

Después de su siesta, esperaba con ansiedad el arribo del nieto quien al llegar del colegio, cargando sus libros que llevaba atados con un cinturón usado de su padre, los lanzaba descuidadamente sobre la mesa, y se apresuraba a subirse a su regazo para escuchar un cuento, historia o enseñanza. Cuando fue un poco más grandecito, el abuelo le había enseñado a trabajar la madera explicándole con amor cómo apreciar las diferentes texturas y colores y a escoger la adecuada para cada uso. En la pequeña carpintería que mantenía con sus herramientas bien organizadas y cuidadas en una pequeña construcción independiente en el patio de la casa, le enseñó a usar el torno y la lijadora, a cortar sin forzar la sierra o el serrucho y juntos construyeron muchos de los regalos más preciados de la navidad, desde los trompos y yoyos para el nieto, la casa de muñecas para la nieta y hasta los rodillos de amasar que usaba la tía en su bien conocido desempeño culinario haciendo las hallacas navideñas. Así fue que juntos construyeron un pequeño taburete con espaldar de maderas multicolores cuidadosamente seleccionadas y un fondo de cuero repujado en el cual el nieto se sentaba frente a la silla de ruedas a compartir esos ratos especiales cada tarde.

El arribo del médico amigo señalaba el momento para interrumpir los cuentos y dedicarse a hacer sus tareas, asistido por su querida tía cuando su madre no podía. Así transcurría una buena parte de las soleadas tardes hasta que el sonido del abuelo golpeando su pipa para limpiarla contra la madera de un árbol en el frente de la casa mientras se despedía de su amigo. Este familiar toc-toc-toc, anunciaba que llegaba el momento especial que dedicaban a compartir el más importante secreto y del cual era cómplice la tía: las practicas de lance de mosca en el césped a un lado de la casa, las clases de atado y las incansables prácticas de hacer nudos hasta que fuese capaz de hacerlo con los ojos cerrados para simular la oscuridad al final de un día de pesca cuando las truchas pierden su habitual temor y atacan con abandono los insectos que eclosionan al atardecer. Viejos libros y catálogos traídos de sus viajes, que mantenía en una parte especial de su estudio, los ocupaban por largos ratos con la intensidad de una pasión compartida.


Su hijo se había decidido por la abogacía como profesión y se había empeñado en recuperar para la familia una cómoda situación económica. Su don de gente y facilidad de relacionarse con personas de todos los niveles de la sociedad le había creado una práctica legal bastante productiva pero que le consumía mucho de su tiempo. Hasta en la política local había incursionado, ocupando algún cargo de peso. Partía muy temprano en la mañana, regresaba a la casa al mediodía, apenas almorzaba y tomaba una corta siesta cuando retornaba a su trabajo del cual, cansado y hambriento, llegaba ya tarde en la noche. Su dedicación le hacía participante poco frecuente de la cena familiar. Su integridad, rectitud y fortaleza de personalidad eran admiradas por todos en su familia y en su amplio círculo de amigos. Su arribo cada noche era esperado con anticipación por todos, pero especialmente por los hijos. Para ellos siempre guardaba al menos una sonrisa, un abrazo cariñoso, palabras de estimulo y amor pero muy poco tiempo en el que disfrutarlos. Su esposa era una mujer educada, elegante y dedicada a su esposo e hijos. Pero era también muy exigida por los compromisos sociales de apoyo a la gestión de su esposo y frecuentemente no podía dedicarle más tiempo a la familia. Pero sus esfuerzos eran recompensados con resultados que poco a poco fueron agregándose hasta brindarle el reconocimiento y posición que con tanto sacrificio personal iba logrando. Era un ser citadino para quien el campo y la naturaleza no tenían mucho atractivo y le daban hasta algo de temor. Su idea de turismo de aventura era quizás llegar a un hotel de menos de unas treinta habitaciones. Sus espacios naturales eran las calles y los edificios de la ciudad.


Esa era la situación familiar en esa mañana de navidad, cuando los rayos del sol que se colaban por las rendijas de su ventana, tocaron su rostro y le despertaron. De inmediato saltó de su cama y corrió al tope de la escalera. Debajo del árbol de navidad, numerosos paquetes con papel colorido y enormes lazos de cinta roja parecían ocupar todos los espacios posibles. Corriendo se abalanzó sobre sus padres que todavía dormían en sus camas.

- “¡Papá, mamá, despierten. El Niño Jesús nos visitó y dejó regalos! ¡Vamos, Vamos, levántense! Bajemos a abrir los regalos.”

Los hinchados parpados de su padre delataban una noche de poco dormir. Y levantándose pesadamente a ponerse su bata, le dijo:

- “Anda hijo, baja a avisarle al abuelo. Ya bajamos nosotros también.”

Tomando los escalones dos a la vez como acostumbraba hacer, bajó apresuradamente la escalera solo para encontrar al abuelo y a la tía ya levantados disfrutando un café en la cocina.

- “¡Feliz navidad abuelo. Feliz navidad tía! Gritó lleno de emoción.”

Si alguien todavía estaba dormido en la vieja casa con sus gritos y algarabía hubiese sido imposible seguirlo estando.

- “¡El Niño Jesús nos trajo regalos! Vamos todos a las sala. Ya papá y mamá van bajando.”

Todos se fueron ubicando en un gran circulo en la alfombra alusiva a la navidad que ocupaba el centro de la sala. El niño iba pasando los regalos uno a uno a la vez que leía en voz alta las pequeñas tarjetitas que cada uno tenía colgando de los lazos. Luego que había entregado todos y, acompañados por el café negro aromatizado con canela y endulzado con papelón que la tía servía en tazas de barro de una pulida fuente de plata, su padre anunció con alegría que podían todos abrir sus regalos.

La mañana transcurrió entre los uhhh! y los ahhhh! que evidenciaban la sorpresa o la apreciación que la apertura de cada paquete evocaba en el afortunado receptor y la montaña de papel de los envoltorios iba creciendo hasta ocupar casi todo el espacio entre ellos.

Con cada regalo que el niño abría, su rostro develaba su alegría y emoción. Pero al mismo tiempo, quien lo conocía bien podía identificar una creciente pero bien disimulada ansiedad. El nuevo bate y guante de beisbol, el extenso juego de Mecano, el juego de boliche de tamaño real con pines de plástico y una gran pelota que se llenada con agua para darle peso, el tablero de ajedrez con finas piezas de piedra tallada….. Tantas cosas que había colocado en su lista se iban acumulando a su alrededor y lo llenaban de alegría.

Pero en la medida que su montaña de regalos iba desapareciendo a la vez que alimentaba su creciente cerco de papel desechado, sus ojos regresaban una y otra vez al pie del árbol como si buscara algo perdido.

La apertura de cada regalo por cada uno de los presentes era motivo de celebración compartida. La familia celebraba la dicha de que, gracias a los esfuerzos de todo, cada navidad era un poco más cómoda y los regalos un poco más numerosos o especiales. El abuelo desde su silla de ruedas apreciaba la lata de tabaco importado cuyo aroma permeaba la sala. El padre admiraba unas yuntas y prensa-corbata de perlas negras que complementaban la bella camisa de fino hilo. En fin, todos compartían la dicha y la alegría.

Cuando todos celebraban y la segunda ronda de café para los adultos y chocolate caliente para los chicos se había terminado su padre notó que su cara ya no podía esconder su desilusión y le preguntó:

- “¿Por qué esa cara de tristeza? ¿Que te pasa? ¿Acaso no te han gustado todos esos regalos? ¿Cómo vas a tener el tiempo para jugar con todos ellos? ¡Ven acá y dame un abrazo!”

El niño corrió a su padre y dándole un gran abrazo y un beso que dejó chocolate en su mejilla, se sentó en sus piernas. Tomando su cara cariñosamente en sus manos, le preguntó en voz baja:

- “Dime, ¿cómo puedes estar triste con todos esos regalos? ¿No eran esos los que pusiste en tu lista?”
- “Si.” Respondió
- “Entonces, ¿por qué esa cara?”

El abuelo, quien conversaba con la tía sobre el rodillo para amasar que de madera de roble y mangos de fina vera que le había tallado, observaba la escena con el rabo del ojo.

Era evidente que el niño no sabía cómo responder.

- “Si papá. Me encantan todos mis regalos.”
- “¿Entonces?”
- “Es que……”

La voz del abuelo desde el otro lado de la alfombra anticipó la respuesta:

- “Es que estaba tan apurado que quizás no buscó bien para ver si ya se habían acabado los regalos que el Niño Jesús le trajo.” Dijo haciendo un gesto con su cara y apuntando con su mentón hacía el árbol de navidad.
- “ Anda, busca bien no vaya a ser que hayas olvidado algo.”

El nieto saltó como un rayo del regazo de su padre y gateando sobre la alfombra se metió debajo de las frondosas y fragrantes ramas del pino. Fue en ese momento cuanto se percató de una caja y un cilindro largo y angosto, casi de su misma altura que descansaban en la esquina de la sala, justo detrás del árbol de navidad.

¡Casi tumba el pesado árbol en su afán de salir de donde se encontraba! Corrió a buscar los paquetes y regresar a su sitio detrás de la montaña de cajas vacías y papel. Sus pupilas dilatadas reflejan su emoción y asombro en la anticipación a lo que pudiera estar escondido detrás de los envoltorios.

Miró con una sonrisa al abuelo y luego a su padre a quien con su expresión, pedía su consentimiento para abrirlos. Este a su vez, asintió con un pequeño movimiento de su cabeza.

Debajo del papel, había un cilindro de cuero oscuro y suave. De él se desprendía un suave olor a cera parecido al betún con que el chico limpiaba sus zapatos. Era evidente que había sido usado por las numerosas marcas e imperfecciones, que lejos de quitarle mérito, le agregaban carácter y una fuerte dosis de historia y experiencia. En el centro, fijado con remaches de bronce, tenía una asidera de cuero para cargarlo y en su extremo una tapa cilíndrica de cuero más grueso, con un cierre de dientes de bronce pulido. Mientras lo iba abriendo miraba al abuelo quien solo respondía con una sonrisa discreta y un guiño de su ojo.

Con sumo cuidado, como para evitar que pudiese dañar algo frágil y precioso, extrajo de su interior dos largas bolsas de tela color vino, con una solapa doblada en uno de los extremos y amarrada con una cuerda de seda. Todos le observaban y apreciaban la manera reverente y cariñosa con la que, desatando el nudo, sacó de su interior una delicada caña de pescar, hecha de bambú y con mango de fino corcho que, aunque acusaba la evidencia de largo tiempo de uso, había sido recientemente restaurado dejando el corcho limpio y tan suave como la piel de sus mejillas que delataban su emoción con una pequeña lágrima que trataba en vano de esconder. El bambú brillaba por la capa de barniz, recientemente aplicada, que desprendía un agradable olor a linaza como el que permeaba perenemente al taller del abuelo. El abuelo y la tía se cruzaron una mirada de complicidad compartida cuando la apertura de la segunda bolsa develó otra caña casi idéntica a la primera pero ligeramente más pesada.

Este juego de cañas, construidas por uno de los reconocidos artesanos del género las había adquirido en la tienda de Abercrombie & Fitch en su edificio en la Madison Avenue de Nueva York. El abuelo, cuando estaba en la ciudad, con frecuencia visitaba este edificio cuyo octavo piso estaba dedicado a la especialidad de la pesca. Había hecho amistad con el encargado de esa especialidad con quien visitaba a menudo las piscinas situadas en el techo del piso veinte, construidas para permitir a los clientes probar sus cañas antes de adquirirlas y aprender de manos de maestros el arte de lanzar. Allí ambos compartían algún tabaco y charlaban sobre su compartida pasión.

El nieto no pudo contener su emoción y se abalanzó sobre el abuelo para expresar su agradecimiento. Afortunadamente, el freno de la silla de ruedas estaba bien puesto o esta hubiera cedido ante la energía del encuentro.

- “¡Abuelo mira, yo sabía que si me lo iba a traer!”
- “Hmmmm, Creo que vi un poco de dudas en tu cara, ¿Pensaste que se había olvidado?”
- “No abuelo, pensé que había hecho algo malo y no me lo había merecido. Pero yo estaba seguro porque hice todas mis tareas y no pelié nunca con mi hermana y salí bien en el colegio. Entonces pensé que todavía no soy lo suficientemente grande para tenerlo. Por eso estaba triste…. ¡Pero ahora estoy muy contento! Las cuidaré muy bien y nunca jugaré con ellas en el patio si tú no estás.”
- “Son tuyas para cuidar y disfrutar. Ya eres muy responsable y has aprendido como cuidar tus cosas. Pero, no has terminado aún. Todavía tienes una caja más que abrir.”

Recordado de ese hecho, regresó rápidamente a ubicarse en su sitio en la alfombra deteniéndose tan solo a dar un breve pero sentido abrazo a su padre cuya cara de asombro expresaba lo que todos compartían.

El sobrio papel regalo escondía una caja de madera hecha a mano de acabado mate para invitar a su uso frecuente que tenia en su tapa las iniciales del nieto elaboradas en madera de color más oscuro y meticulosamente talladas de manera que la superficie era completamente lisa y uniforme. Abriendo con cuidado su cierre de bronce, el nieto extrajo de ella otra pequeña caja de madera que contenía filas tras fila de moscas para pescar, cuidadosamente ordenadas por patrón y tamaño. El identificó de inmediato que eran moscas secas para pescar truchas. Si le hubieran preguntado, era capaz de reconocer cada una de ellas por su nombre que el abuelo le había enseñado a identificar.

La caja también contenía un estuche de cuero con cierre lateral y un ovalo en el centro con las palabra Orvis elegantemente repujada. Su interior estaba recubierto de piel de oveja que en su lana sostenía, cuidadosamente ordenadas, moscas de pescar en varios patrones que igualmente el nieto conocía de nombre e inclusive, ya sabía atar algunos de ellos.

Finalmente sacó del fondo de la caja, dos estuches construidos de gamuza de suave cuero de ternera que protegían un par de finos carretes ingleses de la casa Hardy. Su construcción de altísima precisión y el perfecto balanceo de sus componentes se evidenciaban en el limpio sonido que emitían al sacar el sedal. Este, aunque algo descolorado por el tiempo, develaba su buen cuidado y se encontraba recientemente limpio y cubierto con la especial grasa que se usaba para asegurar que flotara correctamente.

El abuelo le dijo cariñosamente:

- “Bien. Ahora debes guardarlo porque sabes que no se pueden usar sino en el río. Ya tendrás la oportunidad. Anda y juega con todos esos otros regalos que te trajo el Niño Jesús. El desayuno va a estar servido dentro de poco.”

Volviendo a poner todo en su sitio y guardando el cilindro y la caja de madera en el espacio debajo de la escalera donde escondía sus cosas y juguetes, salió al vasto patio posterior en busca del amigo vecino con quien jugar y a quien enseñarle todos sus nuevos regalos.


Los adultos se retiraron a la cocina que era verdadero centro familiar de la casa donde la tía ya calentaba el desayuno y colaba otra fuente de café. Las arepas y el queso fresco que el abuelo había traído del mercado invitaban a pecar. El jamón de Virginia horneado y glaseado con azúcar morena despedía un olor a navidad.

- “Papá, ¿estás seguro de los que has hecho? Esas son tus más preciadas cañas. Se muy bien lo que significan para ti. No estoy seguro que el nieto sepa lo que tiene entre manos. Son muy costosas e irremplazables.”
- “No te preocupes hijo. Fueron de él desde hace tiempo ya. Se las ganó demostrándome que es un chico responsable y cuidadoso, solo que no se las había dado y …. ¡creo que no podrían estar en mejores manos!”
- “Pero papá, él no sabe pescar y bien sabes que yo tampoco. Me temo que el regalo no sea puesto a buen uso. ¿Quien le va a poder enseñar a pescar y a apreciarlas?”
- “Pues te equivocas hijo. El no solo sabe pescar sino que, a pesar de esta vieja silla de ruedas de la cual nunca saldré, hemos pescado juntos muchos ríos, remotos lagos y costas de aguas azules y blanca arena. Es un pupilo ejemplar y su imaginación no parece tener límites. Ya sabe como pescar truchas de las corrientes del norte, ha pescado sábalos en aguas tropicales y robalos en los estuarios bordeados de manglares. Los salmones del atlántico han sido presa de su paciencia, constancia y destreza y uno que otro pámpano africano ha estado apunto de caer ante sus dotes de buen pescador.”

El padre no salía de su asombro y comentó:

- “Pero, ¿Cómo es eso?”
- “Hijo, es el fruto de su constancia y su pasión por la pesca. Si bien no ha físicamente visitado ninguno de esos sitios, hemos viajado a ellos en nuestros cuentos y lecciones muchas veces y ha aprendido a saborear el éxito y a sobrellevar el fracaso cuando ha perdido alguna pieza especial. ¿Nunca te preguntaste de que hablábamos todas las tardes cuando compartíamos esos ratos juntos?”

El abuelo continuó:

- “¿Recuerdas hace unas dos semanas cuando parecía triste a la hora de la cena?”
- “Claro papá, le pregunté que le pasaba y no me quiso decir.”
- “Pues bien, ese día había atrapado un hermosa trucha marrón pero el anzuelo había dañado sus agallas y no pudo salvarla para liberarla. Su tristeza era el resultado de su frustración ante la imposibilidad de haber evitado la muerte de su contrincante que tanta emoción le había proporcionado en su tenaz lucha.”
- “Me parece increíble lo que me cuentas. Comprendo ahora la importancia del regalo… pero una caña habría sido suficiente, ¡no tenías que haberle dado dos!”
- “De nuevo te equivocas hijo. Para lo que él tiene ahora que hacer, va a necesitar ambas.”

La tía se ocupaba de servir el desayuno y los demás escuchaban incrédulos el desarrollo de la conversación. El padre con movimientos involuntarios de su cabeza indicaba su imposibilidad de asimilar todo lo que la conversación implicaba.

El abuelo continuó:

- “Hijo, trabajas muy duro y estamos todos muy orgullosos y agradecidos de lo que has logrado y de cómo es evidente que lo haces por el bienestar de todos en la familia. Tu éxito nos llena de orgullo y te apoyaremos siempre en cualquier cosa que se te ponga a bien hacer. Nadie en la casa más que yo o tu madre cuando todavía estaba entre nosotros apreciamos lo que haces por todos. Pero quiero decirte que debes tomar conciencia de la necesidad de establecer un balance entre tu empuje profesional y tu propia existencia. Tu éxito tiene costos. En efecto, tienes una gran factura atrasada de ellos y creo que ha llegado el tiempo de pagarla. Pero…. no te preocupes creo que no va a ser del todo sacrificio el cancelarla. Tu hijo necesita que lo lleves a pescar. Es algo que yo desearía poder hacer como nada más en la vida que me queda. Pero esta vieja silla de ruedas es el ancla que me amarra y me impide concluir en la práctica toda la teoría que le he enseñado. Ahora te toca a ti. Llévalo a pescar. El te enseñará todo lo que yo nunca pude. El será tu maestro y tu guía. Te aseguro que será un viaje increíble.” 




La mañana había sido productiva. El río generoso y la eclosión de moscas había durado un poco más que lo esperado quizás motivado a que muchas nubes formaban una barrera al sol que apenas comenzaba ahora a aportar su calor a las frías y cristalinas aguas, colándose por los espacios en la cubierta de nubes que comenzaba a despejarse. Habían llegado a este río después de un largo viaje. Era un río muy especial porque, aunque muy distante, era uno de los favoritos del abuelo.

El padre salió del río y sentado en un grueso tronco esperaba al hijo en el sitio donde habían acordado encontrarse. En sus piernas descansaba la caña del abuelo la cual era ya como una extensión natural de su brazo al lanzar. Sus dedos acariciaban inconscientemente su fino mango de corcho. Al cabo de unos minutos divisó por la ribera del río al hijo que se aproximaba con evidente muestras de alegría.

- “Estaba allí papá.” Gritó aun desde alguna distancia. – “Justo en el borde del correntón detrás de la piedra grande donde el abuelo indicó que debía estar. Le salió a mi mosca pero no fui lo suficiente rápido para anticipar su pique para atraparla. Pude ver sus colores claramente y sus grandes puntos negros. ¡Era una marrón inmensa!”

Del gran bolsillo en la parte posterior de su chaqueta, sacó un libro cubierto de piel con la palabra Journal en su cubierta y repleto de hojas amarillentas por efecto del tiempo. Lo había encontrado junto con otros cuatro o cinco cuando él y su padre habían tenido que revisar y disponer de los viejos baúles del abuelo luego que una mañana la tía, extrañada de no percibir el olor del humo de su pipa que acostumbraba encender para leer el periódico muy temprano de la mañana, le había encontrado en su cama donde había fallecido mientras dormía. Los diarios del abuelo eran detallados anales de sus viajes y andanzas de pesca, repletos de anotaciones, dibujos, mapas y comentarios de cada día y cada sitio. Con la traza de un lápiz de carboncillo suave, dibujaba con precisión los sitios de río donde había sacado alguna trucha de importancia.

- “¡Cuanto me alegro hijo! Ya habrá otra de muchas más para ti.”

Sentándose al lado de su padre y quitándose el sombrero en el cual llevaba varias moscas clavadas en la cinta de piel de oveja que lo bordeaba, fijó su mirada el agua mientas disfrutaba de la leve brisa que acariciaba sus mejillas. Con voz baja dijo:

- “¡Cómo me hubiera gustado que el abuelo estuviera aquí con nosotros! No es justo que se haya ido y nos haya dejado para siempre.”

Transcurrió un tiempo en el que ambos permanecieron callados.

- “Te equivocas hijo. Escucha bien el murmullo de las aguas. ¿Es que acaso no le escuchas? Él está con nosotros, nos acompaña y nos toca con cada nota de alegría del arroyo cantarín, con cada susurro del rápido y en las fuertes notas del contrabajo de la correntona y hasta en el triste lamento del pozón. Son sus maneras de estar siempre con nosotros y decirnos que está contento, pescando donde los arroyos son siempre cristalinos, las aguas puras y las truchas hambrientas.”

Pasando su brazo sobre el hombro del hijo, su padre le dijo:

- “Vamos hijo. El abuelo no estaría de acuerdo con que perdamos el tiempo mientras todavía hay moscas en el agua.”

Caminando lado a lado por la ribera del río ambos pensaban en aquel lejano día de navidad.

Rafael Morillo